Cinco Minutos...

Creí que ya lo había superado, fue poco más de un mes en el que me di al dolor y me hice a la idea de no verte más y de repente llegas nuevamente y me lo revuelves todo!. Sí ya sé, no puedo quejarme, fui yo quien te buscó, aún así vos pusiste de tu parte, todo de tu parte, o tal vez fue mi absurda impresión; qué te puedo decir, no me esperaba que fuera así, ya había olvidado aquel cercano encuentro, no, no olvidado, sólo lo tenía bien guardado en un cofrecito en el fondo de mi corazón, para conservarlo intacto, para que pudiera permanecer libremente y no hiciera daño cuando con el pasar del tiempo en algún momento volviera a buscarlo. Tal vez estoy exagerando, ya hace una hora que llegué y aun conservo esa refrescante sonrisa que tu pintaste sobre mi rostro; esa sonrisa desmesuradamente ingenua y caprichosa, sí, sobre todo caprichosa, como la de los infantes cuando hacen algo que saben que no está del todo bien, pero es (aparentemente) inofensivo y como es divertido lo hacen sólo por complacerse a sí mismos. Sí, así me tienes, en el límite de lo debido, me alientas, me confundes y estremeces mis sentidos. Estábamos solos, tomaste mi mano, creí que terminaría allí, pero rápidamente me acercaste hasta tí, aún tengo el sonido de ese cálido beso, un beso y un abrazo largo; indudablemente querías hacer la conversación más larga y personal, aún no entiendo cómo pude ser tan tonta, tan lenta. Me perdí y no me encontré, no a tiempo. No pude decirte nada sutilmente sugerente y sin empezar inconscientemente deserté de ese juego de gestos y palabras que nos acercó la primera vez. Aunque supongo que mejor así, cinco minutos de tu compañía y mira cómo me dejas.